Texto: Karla Robles (@karlatrobles)
Fotos: Daniel Díaz (@perdidoenbici)
Recurrir a la memoria es peligroso, los recuerdos tienden a diluirse entre velos traslúcidos, pero lo que intentaré aquí es contarles nuestra historia haciendo una ruta a Isla Natividad en 2019, justo antes de continuar con la parte sur de la Baja Divide.
Cuando Dani y yo hicimos la ruta de la Baja Divide (BD) en Baja California Norte, visitamos a nuestras amigas Mari y su pareja Ana en Bahía de los Ángeles. Ana mencionó que su papá es originario de una isla en el pacífico y que pronto ella sería la médica de ese lugar, nos platicó que es bellísima y que debíamos cruzar con nuestras bicicletas cuando ella estuviera instalada en el lugar; no necesitó decir nada más para que Dani y yo aceptáramos la invitación, uno de muchos pretextos que nos sobran para volver a nuestro lugar favorito, la península de Baja California.
Cumpliendo con la promesa que siempre le hacemos a la península, al año siguiente regresamos para hacer la segunda mitad de la Baja Divide, y antes de continuarla nos desviamos para visitar a nuestra amiga Ana en Isla Natividad. Creamos una ruta de terracería y casi nada de elevación para evitar la carretera transpeninsular e ir calentando para lo que nos esperaría en la BD. Para llegar a Baja California Sur, tomamos un ferry de Guaymas, Sonora que nos llevó a Santa Rosalía, fue una llegada larguísima, entre que las salidas no son constantes y el barquito va a una velocidad de 10km/hr, la espera nos pareció eterna.
Al fin llegamos, y una vez en Santa Rosalía, visitamos a Rebeca en su puesto de comida, a quién Dani conoció en su viaje anterior en bici por la península, como a Mari, después de tantos años da alegría volverse a encontrar con personas que conociste en el camino y tristeza cuando te dan la noticia de que ya no están. También visitamos una de las panaderías más famosas de la región, la panadería El Boleo, donde los locales dicen que quien lo prueba siempre vuelve a Santa Rosalía, un mito que no tenemos problema con seguir esparciendo.
Otra de las curiosidades de esa ciudad es la iglesia de Santa Bárbara, una iglesia de metal que su construcción se le atribuye a Gustave Eiffel, el de la Torre, y traída en barco al puerto de Santa Rosalía en 1894 desde Francia. Es una iglesia de metal con ventanales coloridos, definitivamente es una de las iglesias más distintas en las que he estado.
Pasamos la noche en la estación de bomberos, quienes se han caracterizado por recibir a cicloviajeres en su paso por la ciudad. A la mañana siguiente partimos rumbo a San Ignacio, el día nos recibió con una larga subida atravesando la sierra de las tres vírgenes, un antiguo volcán cercano al yacimiento de la mina de cobre el boleo, hermosas vistas al mar y un bonito hasta luego de mi tierra natal en el horizonte.
San Ignacio es un pueblo mágico, y punto de encuentro de bikepackers y cicloviajerxs, en este lugar se encuentra la Casa Ciclista, donde ofrecen espacio para acampar y baño con agua caliente para todo ciclista que lo requiera (todo ciclista lo requiere), además es un pueblo misionero, parte de la Ruta de las Misiones de la Baja Divide. Pasamos una noche en San Ignacio y tomamos la ruta que habíamos trazado rumbo a Punta Abreojos, cuando llegamos al pueblo, de inmediato localizamos el abarrotes local para hacernos sandwiches de aguacate o burritos de frijoles.
Un par de ciclistas locales nos vieron y nos platicaron sobre rutas que hacen en los alrededores mencionando que hay una misión enterrada en algún punto de la Reserva de la Biosfera el Vizcaíno, una de las reservas más grandes en México. Otro de ellos nos ofreció alojamiento para pasar la noche en su casa y continuar con nuestro viaje.
La mañana siguiente, continuamos rumbo a Bahía Asunción, dos días de viento en contra por un camino con permanentes que parecía nunca terminarían, el velocímetro no pasaba los 12km/hr y aunque pedaleamos paralelo al Océano Pacífico, la verdad es que no se sentía disfrutable. En este tramo nos encontramos con una de las curiosidades más notables en todos nuestros viajes: cada tanto, pasamos junto a estructuras con viejos peluches, algunos tenían más, otros menos, todos quemados por el sol y cubiertos de arena haciendo notar su paso del tiempo.
Fuimos serpenteando por caminos de arena, acampábamos con el objetivo de encontrar algún refugio del viento, matavenados y otros insectos nos hacían compañía y velaban nuestros sueños. Una vez en Bahía Asunción nos dimos cuenta que mi cassette estaba suelto, era peligroso pero no teníamos las herramientas adecuadas, así que decidimos continuar hasta el poblado más cercano, estábamos a otros dos días de viaje. Mientras empacábamos, un señor llamado Don Chayo se paró a saludarnos, nos dijo que él tenía herramientas en su ferretería, al parecer, nos topamos con el mecánico local de bicis y aunque no creo en mensajes del universo esto se vio así, apretó mi cassette mientras nos contó historias sobre las victorias de ciclistas locales en competencias nacionales, agradecimos enormemente a Don Chayo y continuamos rumbo a Bahía Tortugas.
Bahía Tortugas es el último pueblo antes de Punta Eugenia, donde tomaríamos la panga que nos llevaría a Isla Natividad, la entrada del pueblo anuncia una mina y luego la recompensa, la vista al mar. En Bahía Tortugas yo ya necesitaba un baño para bañarme así que rentamos un cuarto y a la mañana siguiente nos preparamos para cumplir con nuestro objetivo de llegar a la Isla. La salida de Bahía Tortugas fue larga, nos encontramos con muchos segmentos de arena suelta y luego tomamos un camino columpiado que nos mostraba de vez en cuando el pacífico; teníamos prisa, debíamos tomar la última panga a las 3 pm que cruza a quienes van y vienen a la Isla, así que después de documentar menos de lo quisimos el camino logramos llegar justo a tiempo para la salida.
Había una bruma muy espesa, un nublado muy distinto al que estoy poco acostumbrada, aunque en ese momento ya me estaba acostumbrando a ella después de días de despertar entre neblina. A lo lejos, en el horizonte, la pequeña panguita que venía de la Isla anunciaba a los pasajeros que sería nuestro turno, me sentí como en una parada de autobús pero panguera. La sorpresa fue que Ana venía en ella para recibirnos, nos dio mucha alegría por fin sentirnos familiarizados con la cara de nuestra amiga y que además era local. Ya en la panga, yo, estando nada acostumbrada a los viajes en lancha me aferraba al asiento para no salir volando por los bordes de las olas, y el lanchero, un joven experto, se le notaba una risa oculta al verme gritar de terror; también nos platicó que en una ocasión, lancheros pescadores vivieron una persecución de orcas mientras traían el cargamento lleno, la sangre del pescado las llamaba y durante 20km tres orcas de lado a lado les pedían su premio, ya no veían su suerte, hasta que finalmente llegaron a la Isla y pudieron protegerse. Imaginarme en una lancha siendo perseguida por orcas de lado a lado no era precisamente un viaje agradable, lo que sí fue agradable fue divisar a lo lejos el aleteo de las ballenas y los delfines hasta por fin tener tierra a la vista, tras aproximadamente media hora de ir rebotando entre el arrugado e inmenso mar.
Isla Natividad es un pueblo muy pequeñito, su única actividad económica es la pesca y producción de langosta y abulón que exportan a Japón, y sus recursos están limitados a cada 15 días cuando un vehículo anfibio les abastece de agua y alimento; la luz funciona por medio de plantas generadoras que a las 23:00 pm se apagan y la isla se queda a oscuras, para ahorrar gasolina y respetar a la fauna silvestre endémica como la pardela patirrosa, una ave nocturna que sale de noche de sus pequeñas cuevas en el suelo para cazar y que emite un sonido espeluznante, como de infantes en pleno llanto, lo bueno es que Ana nos había advertido de este sonido porque de no haberlo hecho no hubiera podido dormir. Así que a las once se apagan todas las luces porque estas aves son atraídas por ellas y pueden llegar a estrellarse en paredes o ventanas.
Una vez en la casa de Ana, notamos que la casa vecina tenía peluches en su patio como habíamos visto unos días antes. Ana nos explicó que las personas tenían la creencia de ofrendar juguetes a los espíritus de los niños para que jueguen afuera y no dentro de las casas. Nos platicó que en una ocasión regresaba a su casa de noche, y unos niños locales se ofrecieron a acompañarla, hasta que se toparon con la casa de los peluches y le dijeron que ya no cruzarían por ahí, pero que la verían de lejos hasta entrar a su casa; al parecer los niños y gente local han tenido encuentros con el mundo de los espíritus del lugar y ya tienen identificadas los lugares por donde “se aparecen” los infantes, incluso los han descrito con ojos rasgados y ropas antiguas.
Nuestra estancia en la isla fue maravillosa, viviendo en un pequeño pedazo de tierra rodeado de mar y “alejado” del mundo, sin autos, ni prisas, visitamos los campos de producción de abulón, rodamos entre los caminos estrechos de la isla y vimos montones de lobos marinos y delfines; después de un par de días idílicos, regresamos a la península, no sin antes aceptar la invitación de Ana a otra de las islas, Isla de Cedros, que es más grande y desarrollada que Natividad y que aún tenemos pendiente visitar. Natividad tiene su propio corrido norteño y Dani y yo todavía reproducimos la canción sabiendo que la letra le hace justicia al lugar.
El camino de regreso a San Ignacio nos recibió con fuertes vientos en contra que nos hizo tomar más tiempo del que esperábamos. Esta pequeña visita la sentimos como una preparación para lo que vendría, fueron 500km de calentamiento para uno de los segmentos más difíciles de la Baja Divide en la ruta de las misiones. Una vez en San Ignacio, estábamos listos para nuestras siguientes aventuras, por lo pronto, sabíamos que el santuario de las ballenas y la Baja Divide nos esperaban los próximos días.
Andarres.com es un proyecto autogestivo y para mantenerlo nos apoyamos con la venta de playeras, que puedes ver aquí y mandarnos un mensaje por facebook o instagram si deseas apoyar.